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Perderse para encontrarse, Tenacatita

Me encontraba de vacaciones en Manzanillo y unos amigos insistían en visitar Tenacatita, un pueblo que queda aproximadamente a 2 horas y media, para ser más específicos queríamos ir a Los Ángeles Locos.

Por: María León

Me encontraba de vacaciones en Manzanillo y unos amigos insistían en visitar Tenacatita, un pueblo que queda aproximadamente a 2 horas y media, para ser más específicos queríamos ir a Los Ángeles Locos. Desde que íbamos en el camino empecé a sorprenderme por la cantidad de cruces de personas que han muerto en la carretera, esto debido a que muchas personas enfiestan en Tenacatita y en la noche regresan a Manzanillo sin tomar las precauciones debidas.

Al llegar a Tenacatita estábamos muertos de hambre pero no había absolutamente nada. Nos acercamos a un señor y nos indicó que había un restaurante en la playa llamado “La Mosca”, la verdad es que no nos daba nada de confianza el nombre pero el hambre era mayor a nuestra desconfianza. Entramos a un camino de terracería el cual a los lados tenía arcos de bugambilia naturales preciosos, por lo cual el camino resultó bastante bonito. Más adelante lo único que hay es desierto y al estar en la obscuridad estábamos un poco muertos de miedo, hasta que por fin logramos ver una montaña en la cual lo primero que nos recibió fue un cementerio con 30 tumbas aproximadamente hechas de madera de barcas y lanchas con los nombres pintados a mano de las personas que descansan ahí.

Por fin llegamos al final de la montaña donde hay una casa gigante arriba de un río precioso el cual al desembocar en el mar hace como un hoyo increíble. Nos enteramos que la única forma de llegar a la montaña es cuando la marea está baja. En esta ocasión el mar estaba súper picado y la playa es muy empinada por lo cual no era posible accesar. Sin embargo tomamos un paseo en lancha el cual incluye manglares, una experiencia increíble.

Llegamos a “La Mosca” y de inicio no vimos absolutamente a nadie más que a un señor en una hamaca. Le preguntamos si había servicio y a pesar de esperar una respuesta negativa, nos indicó que sí estaba abierto el lugar. Lo único que pude visualizar de inicio fue una parrilla hecha de medio barril, un sombrero de bombero, un soplete y los baños (los baños eran agujeros en la arena y una puerta que decía hombres y mujeres), los cuales estaban custodiados por un perrito.

El señor nos preguntó qué queríamos de comer y le pedimos un menú o por lo menos una lista de lo que tenían, el señor se quedó un poco estupefacto por nuestra respuesta por lo cual nos dijo “lo que usted quiera, lo encontramos y se lo traemos”. Nos explicó que era buena temporada para encontrar callo de hacha, huachinango, ceviche de pescado así que le pedimos que trajera un poco de todo para así escoger.

Me quedé con el ojo cuadrado al ver que llegó un muchacho flaquito el cual se quitó el pantalón y se puso un short, se subió a una lancha y empezó a buscar lo que serían nuestros alimentos. Nos dimos cuenta que la comida tardaría en llegar por lo cual pedimos unas cervezas y nos ofrecieron fruta picada. Después de un rato llegó el muchacho con una bolsa y el señor nos pidió que escogiéramos lo que íbamos a comer. Todo era tan fresco.

Al final todo fue una sorpresa. Una sorpresa inolvidable lejos de las comodidades y el glamour pero tan original y única que se tatúa en tus recuerdos.

Gracias a esa aventura no olvido que aveces para encontrar hay que perderse.