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Israel, un viaje espiritual y muy divertido

Por: Andrea Limongi

Tu primer viaje en solitario debe ser una experiencia inolvidable.

Cargada de temores, preguntas, curiosidad y ansiedad partí hacia Israel en octubre de 1998 con el objetivo de asistir a un curso sobre Medios de comunicación y organizaciones comunitarias”.

Soy nacida y criada en Portoviejo, la capital de Manabí, en Ecuador, una provincia apenas más pequeña que Israel. Tuve la oportunidad de leer libros de este país y sobre un conflicto difícil de entender. Así partí, a aprender más sobre el área de comunicación y conocer la famosa Tierra Santa.

Luego de las respectivas escalas aéreas concluí un viaje largo y cansado hasta Tel Aviv. Allí enfrenté mi primer problema por no hablar inglés, pero también conocí a mis primeros amigos con los que hasta hoy mantengo una amistad en línea.

Mi destino base fue el Instituto Histadrut, en Kfar Saba, donde estudiábamos, dormíamos y nos alimentábamos en un restaurante kosher (regido por las leyes judías). Y lo más divertido, donde teníamos una cafetería menos estricta en un refugio antiaéreo conocido como la Torre de Babel, donde siempre se imponía la música latina a pesar que nos reuníamos jóvenes del mundo entero.

Les cuento que en esa época tenía 25 años y ya cargaba conmigo 23 con una secuela de poliomielitis, que realmente nunca ha sido un tema tabú ni de temores; pero en ese viaje comprobé que es más difícil pero no imposible hacer turismo cuando se tiene una discapacidad.

En los días libres y de observación recorrimos ciudades y lugares como Haifa, Cesarea, Tel Aviv, Nazaret, Monte de las Bienaventuranzas, Cafarnaún, Mar de la Galilea, Rosh Hanikhrá, Mar Muerto, Fortaleza de Masada y por supuesto, la histórica ciudad de Jerusalén. Visité además otras comunidades menos conocidas como parte del curso. Sembré un árbol y visité un reconocido kibutz (granjas comunitarias).

No quiero contarles detalles turísticos porque creo que estaría desactualizada pero sí sobre por qué quedé tan enamorada de esa tierra hermosa. En mi experiencia no respiré conflictos sino aventuras, a pesar que el mes que estuve allá hubo tres atentados.

Uno de los consejos que me dieron al llegar a Israel era que para saludar, despedirme y dar gracias tenía que decir shalom shalom y yo como buena discípula y ecuatoriana empecé mi recorrido con mi saludo a quien me sonreía, así fue hasta que una voz gruesa me dijo: aquí shalom no, y yo aterrorizada miré el hombre quien al ver mi expresión sonrió y me dijo en español muy claro “aquí decimos salam aleikum” (saludo árabe) y me calmó con una tierna sonrisa. Ya había ingresado al barrio musulmán sin saberlo. La ciudad vieja de Jerusalén (amurallada) tiene cuatro barrios judío, musulmán, cristiano y armenio.

Ese mismo día, paseando por las viejas calles de la ciudad amurallada, a mi ritmo lento, un pequeño judío ortodoxo empezó a burlarse de mi caminar y yo me reía y en mi ignorancia le dije al tiempo de hacerle una caricia en su cabello que no me obstaculizara mi paso, en ese instante me dio un golpe inolvidable en mi rodilla. Luego me explicaron que yo para él era una mujer impura.

Tengo tantas anécdotas que escribiría un libro. Recuerdo cuando se quebró un seguro de mi órtesis (aparatos que me ayudan a caminar), me sentí desolada porque no llevé silla de ruedas, pero mi tutor judío me llevó donde unos artesanos árabes hicieron un trabajo magnífico para arreglarlo, no quisieron que les pagara. Gracias.

Quizás el día más cansado para mí fue recorrer la Fortaleza de Masada, por su irregular y extenso terreno, pero me gané el aplauso de mis compañeros y pude cumplir el sueño de bañarme en el Mar Muerto (yeah floté y todo).

Y el día de más temor fue cuando decidí ir a Belén (territorio palestino) en vez de ir a conocer el Mar Rojo. Estaba tan cerca de visitar la icónica ciudad donde nació el niño Jesús y lo tuve que hacer, junto a amigos, por nuestra cuenta y sin la garantía de seguridad del gobierno israelí. Valió la pena el susto (tuvimos que tomar dos carros y nos revisaron). Belén es pequeña, austera y llena de símbolos. La joya de la corona es la Iglesia de la Natividad, llena de historia, paz, y la cuna de nuestro salvador, para los creyentes católicos.

A lo rápido les puedo decir que Tel Aviv es moderna, Rosh Hanikrá son unas cuevas que permitían el comercio y están ubicadas en la frontera con Líbano, el río Jordan es muy angosto; Haifa es preciosa y hay muchos lugares por visitar, el Museo del Holocausto me conmovió y amé sembrar un árbol que espero hoy sea grande y fuerte.

Si vas a ir a Israel te aconsejo que leas, te hidrates, camines, regatea, reza, pide por la paz que tanto necesita este mundo. Suena contradictorio tomando en cuenta los conflictos de este país, pero sí sé que allí se respira mucha paz.