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Visitando la Ciudad Imperial

Este viaje comenzó cuando decidí visitar a mi novia que trabajaba en Francia, ella es mexicana y teníamos muchas ganas de conocer Marruecos.
Autor: Carlos Terán

Este viaje comenzó cuando decidí visitar a mi novia que trabajaba en Francia, ella es mexicana y teníamos muchas ganas de conocer Marruecos, así que sin nunca haber visitado Europa, sin hablar francés y con muy mal Inglés, llegué un día por ella y viajamos de Nantes al Aeropuerto de Beauvais cerca de París para volar poco menos de 4 horas al sur y visitar este gran país.

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El destino, Marrakech.

Inmediatamente al llegar notas el color rojizo de sus casas y muros, nos cuentan que es por la brisa del desierto. Al llegar a la Medina es difícil cerrar la boca, es un encanto observar la vida que hay ahí: músicos, cirqueros, boxeadores callejeros, encantadores de serpientes, pareciera una película antigua sobre los mercaderes del desierto vendiendo sus alfombras, mochilas de cuero, babuchas, candelabros, frutos secos, jugo de naranja (el mejor que he probado) y una infinidad de artículos que te dejan encantado y con ganas de llevar una mochila más grande y claro más dinero y más tiempo.

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Nos hospedamos en el Riad Massine 2, un hostal muy bonito que al llegar te das cuenta que valió la pena el camino por los laberintos de la Derb Snan (puerta Snan) hay muchachos que por unos cuantos Dirhams (monedas) te llevan hasta tu hostal, que si no estás enterado de estos caminitos, podrías desconfiar un poco cuando te llevan por ahí, pero la gente es buena, prefieren que compres y regreses, nunca tuvimos problemas de ningún tipo.

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Al salir a caminar, visitamos las tumbas Sadies, los jardines Majorelle, obviamente la Mezquita de la Koutoubia digna de ser fotografiada de todos los ángulos, paseamos por sus calles, comimos el Tajín de verduras y de cordero con cuscús y por supuesto el té de menta no puede faltar, también probamos un té de clavo, un poco fuerte pero al fin es el sabor marroquí y para saborear un poco más la ciudad, nos adentramos en sus socos y en sus calles hasta el anochecer. La noche en Marrakech es comida, té y espectáculo por toda la plaza, boxeadores, músicos, malabaristas y el plato principal, fue un plato de carne de liebre como le llaman ellos a la rata. En fin, buena cena.

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La verdad quedé encantado con esta ciudad imperial y su gente tan autentica, este fue un viaje que nunca creí hacer, pero que siempre estuvo en mi mente, creo que eso sirvió mucho, el tiempo que lo estuve llamando y volvería sin pensarlo y encantado a la ciudad de Marrakech.