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Vendiendo manzanas para viajar

Han pasado ya 5 años de aquella aventura viajera que cambió mi vida y mi forma de pensar sobre lo que se quiere y lo que se puede.

Por: Sandra Salazar Castillo

Han pasado ya 5 años de aquella aventura viajera que cambió mi vida y mi forma de pensar sobre lo que se quiere y lo que se puede.

Siendo una universitaria con poco ingreso económico mi meta estaba fija en Tajín, Veracruz.

A principios de año un amigo y yo decidimos organizar un viaje al Tajín. Con un mínimo de inversión compramos manzanas y tamarindo para poder financiar nuestro viaje. No tardamos más de un mes en que nuestras manzanas fueran las más deseadas de nuestro entorno.

Llegábamos a “producir” más de 70 manzanas para la venta de un solo fin de semana.

Amigos, conocidos, familiares, vecinos, tienditas de la esquina, etc. fueron testigo de nuestro entusiasmo por viajar.

Por esas extrañas cuestiones de la vida un buen día nuestros caminos tomaron rumbos distintos y Tajín quedó cancelado. Una ventaja oculta que más tarde yo comprendería.

Estuve varios días triste, pues el Tajín era mi ilusión. En mi interior algo me decía que tenía que emprender un viaje a como diera lugar, ya saben, esos misteriosos presentimientos que a veces nos cambian la vida.

Pues me voy a Colombia. ¡Sí!. Con mi parte de la venta de las manzanas y las propinas que ganaba en el restaurante me compré un boleto para volar a Colombia.

Fue todo un reto desafiar los miedos de la familia, rechazar ofertas por parte de familiares que me daban el doble de lo que había pagado por el boleto de avión.

“Esos viajes son solo para los ricos”… fue la frase que irónicamente más me motivó para demostrar que la posición económica no tiene nada que ver cuando se trata de cumplir sueños.

Mi primer viaje sola, en avión y fuera de México. Sabía que eso era para mí. Sabía que la vida me estaba empujando hacer lo que otros llaman “descabellado”.

Pero, ¿quién me recogería en el aeropuerto?

Julián, un amigo que conocí un año antes por internet y su vecina que daba hospedaje a viajeros.


¿Y si él no llegaba? ¿Qué haría?

Yo ya tenía todo solucionado, en caso de que no llegara por mí dormiría en el aeropuerto y al día siguiente saldría a buscar la dirección del hospedaje. Lo sé fue extremadamente arriesgado, pero el universo no podía fallarme, ya estaba escrito para mí.

Y así llegué a Bogotá un 16 de diciembre por la noche en busca de esa delicia viajera que acaricia el alma y el espíritu para quien se atreve a buscarla.

Estuve 19 días; de los días más extraordinarios que he vivido en toda mi vida. Allá celebré mi cumpleaños 22, Navidad y Año Nuevo.

Recorrer las calles por la Candelaria, admirar la ciudad desde La Calera y Monserrate fue de los mejores regalos de cumpleaños que la vida me ha dado.

Durante mi estancia visité Guatavita, un poblado fuera de la ciudad y que en él destaca una laguna en la cual se encuentra bajo las aguas el antiguo pueblo de Guatavita, pueblo que fue sumergido para siempre y que a pocos kilómetros de ahí se encuentra el “nuevo” poblado que con sus callejuelas empedradas y su gente cálida no le pide nada a lo que un día fue.

Vivir la Nochebuena y Año Nuevo fuera de casa fue algo nostálgico, pero siempre con el calor de hogar y los brazos abiertos con los que te recibe la gente es más que suficiente para sobrellevar el momento.

Ahora cuando escucho hablar de Colombia, un mar de emociones y recuerdos inundan mi mente, aquellos lindos momentos que pasé junto a personas maravillosas y que sin duda llevo aún en mi corazón.

Ahora alberga en mí la esperanza de volver a aquella ciudad que envolvió de cariño a una mesera que vendía manzanas para hacer realidad un sueño que ni las palabras más fuertes pudieron destrozar.

Miriam

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